Era verano, para Elena; tiempo de sandia, de baños de mar, de paseos a la luz de la luna, de mosquitos, de siestas largas, tiempo de no coger ningún avión… a ser posible, de desplazamientos cortos, y tiempo de compartir con familiares y seres queridos lo máximo posible, a la vez un buen momento para hacer balance y revisar lo que funcionó y lo que no. Aceptarlo y construir desde el resultado real. La luz del verano siempre la alumbraba y le daba de lleno.
Este verano era diferente para Elena, ya tenía cincuenta años, visitó la gran Manzana por motivos de trabajo. Cosa que estaba fuera de su idea de verano. Nueva York, nada más lejos de la realidad, de lo que podría ser un verano ideal para ella.
Estaba sentada en uno de los barrios que le traía recuerdos, el East Village, estuvo allí viviendo…. tenía 25 años en aquella época. Mientras disfrutaba del café; le llegaron buenos recuerdos, que inundaron de alegría su corazón, era una caricia para el alma, un puente hecho con pedazos de emociones, con cosidos y descosidos, una ventana hecha con trocitos de situaciones que aún latían a un ritmo alegre.
Memorias de gente, momento presente de bullicio, de olor a almendras garrapiñadas, olor a alquitrán caliente, olor a flores de los delis, ganas de comida china, ganas de especies, olor a café tostado, recuerdos con sabor a prisa, sabor a miedo, a estrés, a soledad, a éxito, a todo es posible, sabor a me han quitado la cartera, recuerdos a tener que sudar la gota gorda, por ganarte una beca, sudar para ganarte la confianza del Yanki, para ganarte su respeto, recuerdos a suerte, a gente guapa y moderna, recuerdos a oportunidad, a lo siento no lo haré más, recuerdos a se lo dieron a otra, recuerdos a no sé si quedarme, o volver a casa.
A unos metros muy cerca de ella, de repente, se escuchó un golpe seco y fuerte, seguidamente la gente se aglutinó como una nube de mosquitos.
Aún así Elena quería seguir disfrutando del café, -¿qué puedo hacer yo? pensó. Se incorporó y se movió hacia la derecha, pudo ver como se acercó una mujer y un hombre, a la vez que dos personas más despejaban el tumulto de gente.
Desde donde estaba ella sentada, a unos metros, vio una mujer estirada en el suelo, la cabeza le sangraba, sí, pudo ver el charco de sangre, no podía apreciar si era joven, o adulta, o estaba en su madurez. La mujer llevaba un top de lentejuelas brillantes de color verde, un pantalón ceñido tejano, un bolso amarillo, un zapato de tacón blanco en el pie derecho, su melena era espectacular, le llegaba hasta la cintura y sus rizos muy bien definidos, sus manos largas y finas, no llevaba ningún collar ni pulsera, su móvil estaba al lado del pié que le faltaba el zapato. Te daba la sensación de que el cuerpo luchaba por vivir, que quería seguir respirando, que quería salir corriendo.
Elena se quedó pasmada, en un abrir y cerrar de ojos alguien murió casi delante de sus narices.
Justo a su lado, se sentaron las dos personas que aparecieron en la escena del crimen. Y comenzaron a hablar de la víctima, como si fuese la cosa más normal del mundo.
Elena no podía dejar de pensar en la escena, en cómo se enterarían los seres más cercanos de la victima, la gran Manzana es tan grande, uno puede estar con tanta gente cerca y tan sólo a la vez. En este país las distancias son tan grandes….a saber cuándo se enteran sus seres queridos de qué se le acabó la vida. Por un momento el café no le sabía a nada. Y pensó…y si esto mismo le hubiera pasado a ella, le sabría mal, morirse así… que mal trago tendrían los seres queridos, de algo tan repentino, algo que no lo esperas o ni teimaginas. Esta distancia tan larga desde la gran Manzana hasta su casa, todo el follón para enviar el cuerpo…
El ritmo de la respiración se le paró en seco y de repente le vino a la mente un par de preguntas.
Y si eso mismo me pasase a mí, –¿ Estaría lista para irme?
–¿He hecho todo lo que quería hacer?
Mientras cerraba los ojos y respiraba, pudo escuchar la risa fuerte de su amiga de Rosario, juntas frecuentaban el mismo barrio, en esté mismo café que antes se llamaba de otra manera pero el decorado tenía aún un cierto parecido, la comida ahora era toda vegana, los camareros eran todos hombres con un mínimo de cuatro tatuajes cada uno.
Se acordó de cómo era su amiga Rosarina, con los labios pintados de color rojo intenso, el pelo negro azabache, la mirada intensa, viva, con ganas de devorar todo lo que le ofrecía la gran manzana, la Rosarina era intensa, pasional, noble, fuerte, de cuerpo proporcionado, pequeño y musculado, su sonrisa pícara le achicaba los ojos.
A sus cincuenta años, Elena había hecho un sin fin de cosas que ni podía recordar, viajes, cursos, proyectos, programas de cursos y más programas, tanta gente, tanta prisa, tantas cosas, tanta acción. Y allí mismo no pudo contestar a sus propias preguntas.
Realmente no tenía respuesta, su mente estaba en blanco. Entre el blanco, la respiración fuerte, los olores y el recuerdo de su amiga, pensó que quizás necesitaba tener un par de conversaciones con dos personas, antes de irse. Pero por lo demás…se sentía en paz. Ya que Elena; hacía tiempo que sintió este vuelco en el corazón, que hace que te cuestiones si la vida tiene sentido para ti. Y comenzó a volcarse hacía adentro. Comenzó a trabajarse, quitarse las mascaras que llevaba, ver con los ojos del corazón, con resistencia la mayoría de veces sí, mucha resistencia, comenzó la búsqueda interna del nunca acabar. Se sintió tocada por el misterio maravilloso “la vida “y entendió; que la esencia está siempre en pura transformación. Eso le llevó a que realizase un viaje interno hacía conocerse o al menos acercarse lo máximo posible, y ser consciente, desvelar su identidad, y con esta identidad se reveló un propósito. Y esto le hizo cambiar muchas cosas, empezando por lo simple, como no hacer más regalos por obligación, como el hecho de querer una vida…normal, o el hecho de gustar a todos, el decir no cuando es no y sí cuando es sí. Elena luchó intensamente con horas de terapia, trabajo personal, para volver a confiar pasando por este tránsito del miedo hacia la confianza. Y en este tránsito tuvo que lidiar muchos años con la soledad, el vacío, el reconocer, el perdón, ver que ella se movía desde la carencia y muchas otras cosas más que fué encontrando cuando te pones en el camino de la auto-indagación, el camino de nunca acabar. Saltó desde el miedo a la confianza, sí, pagó un precio alto. El precio de seguir los mandatos del corazón, algo nada fácil para ella, en su caso también fue perder amigos en el camino, romper con esta idea de la falsa seguridad y muchas otras cosas.
Mientras seguía pensando en la pregunta ¿has hecho todo lo qué querías hacer? ¿Estás lista para irte?
La verdad; no pudo responder a su pregunta. Realmente no lo sabía.
Pero sí que sabía que a ciertas cosas, si pudiese no les hubiese dado tanto tiempo, ni tanto espacio, cómo aquella relación tan larga, aquel negocio que ya no iba, o como intentar que funcione por todas, todo aquello que no iba de ninguna manera, o intentar cambiar a las personas. Hubiese hecho antes el proceso de escucharse, para escuchar al otro, hubiese empezado antes el proceso de búsqueda interna, hubiese dicho más te quiero, se hubiese rendido antes a la propia vida, y con eso quería decir; aceptar un no como no, el sí como sí, no interpretar aquello que puede ser, o la idea absurda de intentar transitar el dolor sin sentir dolor, o otra cosa también sin sentido para ella; querer que te quieran como tú quieres, o querer que ocurra algo de verdad sin poner acción ninguna, o pensar en la idea absurda de creer siempre lo te que dicen. Hubiese hecho desde el minuto cero… seguir más a menudo los mandatos del corazón, escucharse de verdad. Hubiese sido mucho más directa en ocasiones…preguntar y no interpretar por el miedo a la respuesta, y quedarse atrapada allí indagando pensando que quizás.
Elena se preguntó si la chica que murió en un abrir y cerrar de ojos, ¿había hecho todo lo que quería hacer?, si ¿estaba lista para irse?, y si al menos el tiempo que estuvo aquí, siguió los mandatos de su corazón.
Elena en este espacio en blanco que tenía en ese momento y no lograba responder a sus preguntas. Entendió que realmente nunca te queda nada por hacer, la vida siempre sigue su curso, tanto si se haces o dejas de hacer. La vida continuaba, con o sin la chica, con sus respuestas, sus preguntas, o sin ellas.
El East Village seguía con sus terrazas, el Jazz sonando en la Gran Manzana, la sandía apeteciéndote en verano, las ganas de bañarte en el mar cuando hace calor, los mosquitos te siguen saludando cada verano, los aviones despegando y aterrizando cada día, las colas en los aeropuertos en época de vacaciones, los restaurantes llenos los domingos. Todo seguía vivo aún estando uno muerto.
Feliz verano a todos.
Imma Bonet.